viernes, 9 de mayo de 2008

Un tipo mayor

Y debe ser que cuando el hambre se muere de sed arrastrándose por África, la cosa es distinta. Nos acercamos sigilosos a nuestra pantalla de plasma tan plana como el encefalograma de muchos y confirmamos la ausencia de fisuras. Podemos seguir masticando nuestra cena de plástico mirando a los ojos de la muerte en las noticias de Milá. Tal vez dentro de un tiempo ni tengamos que expulsarla, dependiendo de cuantos yogures comamos.

Pero de pronto, el sudor de la frente, las vueltas en la cama, las ojeras... de repente se ha acercado. Lo tenemos sentado al lado. Tantos días en directo por la televisión han hecho inapreciable su impacto en nuestro cerebro calizo. Ha cambiado el plan y se ha sentado en el sofá, junto a nuestra pareja –entre los dos- y además habla con ella.
Y es que un día sales a la calle y ves a un señor tirado en un portal de tu barrio de la zona centro. Vive allí, en la puta calle, en enero, y resulta que habla tu idioma y hasta tiene nombre. Y es que ni siquiera los magos de oriente le han traído carbón para calentarse. Llegamos a febrero y el hombre se deteriora pero parece que sigue aguantando, agarrándose a esa mierda que algún miserable llamará vida. Pero claro, colorín colorado, la llama se ha apagado. Y después de dos meses tirado en una acera, una mañana no amanece en los ojos del tipo mayor.
Y cada vez que pasemos por allí nada nos recordará a él. Cada uno de nosotros ha dado un brochazo del color que más le ha gustado a la pared del fondo. Y pensaremos en cualquier cosa menos en que allí mismo pasó sus últimos meses de vida una persona.
Pero si pensáramos por qué, alguien llegaría a la conclusión de lo hijo de puta que fue en su vida. Igual otros dirían, si pensaran un minuto en él, la mala suerte que tuvo al final de sus días, acabar así de solo y frío. Otros meditarían sobre la decisión de cada uno de terminar como y donde quiera, aunque papá adoptivo Estado nos obligue a jodernos y acabar cuando la esperanza ya navegue por el océano, tras haber recorrido un largo río, empujada por una cisterna de algún wáter hediondo.
También los habrá que se atrevan a pensar en una esquina de su cabezita en clave cristiana. ¿Y si era un jesucristo del siglo veintiuno? ¿Y si lo hemos vuelto a crucificar como a una escoria de la sociedad?
Pero recapacitan y van tranquilos a la iglesia. Ellos son contribuyentes solidarios que clavan cruces de tinta china en la casilla correspondiente de sus declaraciones.

Que nadie se asuste, esto sólo pasaría si recordáramos a un tipo mayor que dejamos morir de frío, en una jodida escalera de mármol de un triste portal de cualquier ciudad, concretamente de la mía.