miércoles, 29 de agosto de 2007

Fuego

Exacto, es esa sensación. Como un árbol en medio de un incendio. Allí plantado sin poder huir de las llamas. Me siento así. E incluso después de que me abrase permaneceré en pie. Lo he visto todo pasar por delante durante cientos de años y de repente, las mismas raíces que me permiten vivir, ahora me agarran al suelo hasta la llegada del fuego. Descuida, nunca llueve cuando se necesita, pero recuerdo cuando la nieve tapaba mis ramas -a veces incluso con hojas- y luego se iba deshaciendo convirtiéndose en líquido frío. Ahora mis venas queman cuando me inyectan no sé qué. Y mi pelo sólo existe en esas fotos y en alguna cinta de ocho milímetros que anda por casa. Estoy en manos ajenas, no dependo ni un poco de mí. Otros me dicen que sólo dependo de él. Y hablan solos con las manos entrelazadas, de rodillas y en lugares acondicionados para ello. Yo apoyo mi cabeza en una almohada mil veces ahuecada y ellos sus rodillas en terciopelo rojo gastado. Tal vez tengan más miedo que yo y se refugien en algo que nunca han visto. Son los que dicen que a los perros -a algún perro- sólo les falta hablar. Tal vez a su dios sólo le falte existir y por eso le hablan a solas. Nunca un desengaño que no podrían aguantar. De él no.Yo no siento miedo, sufro de pena por los que quieren que me quede. Me vaya o me quede, nunca seré el mismo. No he visto ninguna luz al final del túnel, ni en el medio. Creo que afuera, antes de entrar, ya estaba oscuro. Los que no cruzaron se quedaron mirando como entraba, pero nadie me acompañó. Ni si quiera tú lo hiciste. Ahora, a la vez que salgo escucho voces -no gritos- que hablan entre ellas. Son muchas pero no consigo abrir los ojos para saber cuantas. La cobertura de mi cerebro todavía tiene pocas rayas y entrecortado comprendo que hablan un idioma extraño para mí. Ya los veo. Ellos no me miran. Hablan de mí con los ojos clavados en una carpeta metálica, a los pies de mi cama. Aumenta la cobertura y veo que es en sus manos en las que estoy. Siguen sin mirarme y eso es buena señal. No les importo en absoluto pero soy el medio para conseguir ser dioses. Otra vida salvada que les acerca más al olimpo. Con que respire vale, suma, todo suma mientras no salgan los pies primero que la cabeza de la habitación. Y resulta que todo sale a la vez, en vertical. Del otoño paso directo a la primavera y parece que ya florece. Sé de sobra que de ella pasaré al invierno, pero no sé cuando. Me atreví a preguntarles antes de irme pero ellos no son dioses, eso me dijeron. No somos dioses. Pero cómo les gustaría.

viernes, 24 de agosto de 2007

Libertad


Hace dos semanas que un conejo vive en el prado que hay enfrente de nuestro edificio. La parcela pertenece al ayuntamiento y la limpia una vez al año. Parece que el animal se encuentra cómodo entre la hierba alta y a pesar de no tener vallas que le impidan irse, se queda. Algunos vecinos dicen que el animal se ha escapado de una casa cercana. Hay alguna que todavía aguanta la presión de las constructoras a pesar de estar rodeada por edificios altos que se inclinan hacia ellas con sus ventanas abiertas. Pero yo creo que el conejo se ha escapado del cautiverio de un mago que actuó en las últimas fiestas del barrio. Me lo imagino año tras año observando los trucos de su captor, practicándolos a solas, hasta que se decidió a probar uno él mismo. Entró en la chistera y desapareció, pero en vez de esperar bajo el escenario como siempre, mordisqueando una zanahoria, se camufló entre las piernas de la gente que veía el espectáculo. De ahí a la libertad unos brincos.
Pero ese estado o condición se puede volver complicado de manejar y por falta de costumbre, miedo o yo qué sé, al final no hacer uso de ella. Una vez logré realizar un sueño, algo sencillo -no acostumbro a albergar grandes esperanzas-, y cuando había terminado de disfrutarlo me quedé sin motivos hasta para caminar. Vacío y débil busqué una farmacia y compré un complejo vitamínico, pero fue inútil. Lo que en realidad necesitaba era otro sueño que alcanzar, y así quedarme de nuevo vacío si lo alcanzaba y volver a empezar.
El conejo había pensado tantos atardeceres en la libertad que cuando la logró no supo qué hacer con ella, y se quedó en el primer campo que vio. Tal vez los conejos sólo puedan tener un sueño por vida y cuando lo cumplen no necesitan otro para seguir brincando.
He visto en las noticias las imágenes de un terremoto en Perú. Lo noticieros de todo el mundo dedican la mitad de su tiempo a la catástrofe. En un momento dado se ven varias decenas de hombres sentados en un bordillo con una montaña de cascotes tras ellos. Son presos junto a los restos de su presidio. No hay policías ni barrotes, pero cien de los quinientos moradores de la cárcel destruida por el terremoto están sentados esperando allí mismo sin saber qué hacer con su nuevo estado o condición.
En verano no suele ocurrir nada y hasta los barcos se hunden a medias, los huracanes se conforman con arrancar tejados de chapa y los terremotos conceden la libertad a presos que no saben qué hacer con ella. Como los conejos.