viernes, 18 de enero de 2008

Cambios

Cuando era un crío prefería los números pares. Ahora me gustan más los impares. Que cambiamos lo tengo claro y me inquieta. Lo que hoy me vuelve loco de ti, mañana tal vez sea la razón de nuestra separación, y tampoco me gusta.
Tres segundos después de encender la televisión aún no tenía imagen pero sí sonido. Al revés que en la realidad de ahí fuera donde la vista vence al oído por kilómetros, con este aparato debo andar con cuidado sólo con darle al encendido. Salía ya del salón cuando, sin imagen, un tipo decía: cada vez más personas quieren unos dientes blancos. Imagino que hay cosas que no cambian, y que dentro de unos años no escuche Al hijo de este capullo diciendo ¿Quién no desea unos dientes negros? Aunque la tele lo puede todo.
Ahora me da igual lo que diga ese trasto, en eso ya he cambiado, o sea que estoy a salvo. Pero necesito saber, como sé que te quiero, que existen motivos, ideas, pensamientos, que no cambiaran. Y es que la memoria me recuerda quién era cada vez que me paro frente a un espejo, y mi cerebro trabaja en disculpas a diario que me suelo creer. Supongo que lo hace de noche, cuando el resto del cuerpo duerme, y hace bien su curro porque soy razonablemente feliz. Pero varias cosas han de permanecer inalterables para siempre en mí. Lo necesito. No quiero tener que soportarme convertido en cierto tipo de repugnante ser vivo, de la especie salva almas, metiendo mis narices en todo, sobre todo, donde no me llaman.
Y cuando se acerque el final de todo, de mi todo, cuando lo vea claro como iluminado por esa mierda de luces de xenón que montan los coches caros, decirme, tronco, no hagas más el gilipollas y déjalo ya.
¿Fácil, eh?