viernes, 24 de agosto de 2007

Libertad


Hace dos semanas que un conejo vive en el prado que hay enfrente de nuestro edificio. La parcela pertenece al ayuntamiento y la limpia una vez al año. Parece que el animal se encuentra cómodo entre la hierba alta y a pesar de no tener vallas que le impidan irse, se queda. Algunos vecinos dicen que el animal se ha escapado de una casa cercana. Hay alguna que todavía aguanta la presión de las constructoras a pesar de estar rodeada por edificios altos que se inclinan hacia ellas con sus ventanas abiertas. Pero yo creo que el conejo se ha escapado del cautiverio de un mago que actuó en las últimas fiestas del barrio. Me lo imagino año tras año observando los trucos de su captor, practicándolos a solas, hasta que se decidió a probar uno él mismo. Entró en la chistera y desapareció, pero en vez de esperar bajo el escenario como siempre, mordisqueando una zanahoria, se camufló entre las piernas de la gente que veía el espectáculo. De ahí a la libertad unos brincos.
Pero ese estado o condición se puede volver complicado de manejar y por falta de costumbre, miedo o yo qué sé, al final no hacer uso de ella. Una vez logré realizar un sueño, algo sencillo -no acostumbro a albergar grandes esperanzas-, y cuando había terminado de disfrutarlo me quedé sin motivos hasta para caminar. Vacío y débil busqué una farmacia y compré un complejo vitamínico, pero fue inútil. Lo que en realidad necesitaba era otro sueño que alcanzar, y así quedarme de nuevo vacío si lo alcanzaba y volver a empezar.
El conejo había pensado tantos atardeceres en la libertad que cuando la logró no supo qué hacer con ella, y se quedó en el primer campo que vio. Tal vez los conejos sólo puedan tener un sueño por vida y cuando lo cumplen no necesitan otro para seguir brincando.
He visto en las noticias las imágenes de un terremoto en Perú. Lo noticieros de todo el mundo dedican la mitad de su tiempo a la catástrofe. En un momento dado se ven varias decenas de hombres sentados en un bordillo con una montaña de cascotes tras ellos. Son presos junto a los restos de su presidio. No hay policías ni barrotes, pero cien de los quinientos moradores de la cárcel destruida por el terremoto están sentados esperando allí mismo sin saber qué hacer con su nuevo estado o condición.
En verano no suele ocurrir nada y hasta los barcos se hunden a medias, los huracanes se conforman con arrancar tejados de chapa y los terremotos conceden la libertad a presos que no saben qué hacer con ella. Como los conejos.

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