viernes, 1 de agosto de 2008

Sin magia

En un lugar de la mancha de cuyo nombre no quiero acordarme, cerca de Albacete, descubrí la verdad. No hay magia, sólo pasa y está. Después de muchas horas conduciendo parece que por un lado, al fondo, clarea. Y ese parece se convierte en certeza unos minutos más a la derecha. Fin.

Amanece, que no es poco, pienso mientras imagino cómo sería de haberlo inventado yo. De la noche al día sin trasbordos. Un vuelo charter a ras de cielo. Subir la persiana a las dos de la tarde en un día de fiesta. Tan fugaz como la vida. De nada a todo. Ya.

Aprovechando la luz veo molinos de viento. Están pegados a la autopista y creo que son familia lejana de aquellos gordos y bajos de hace siglos. Han crecido y adelgazado una barbaridad, tiempos nuevos, pero son iguales a los viejos en inteligencia. No sé que pretenden, pero la imagen que dan es triste, no paran de moverse y no avanzan nada. Si los juntamos a los mensajes luminosos de la de-ge-te puede que nos quieran decir algo ¿Tienes prisa?, haz como nosotros… el idiota.

Yo continúo con mi prisa para ir a juego con la vida. Corro tanto que ya estoy de vuelta y no sé si voy o vengo. Tengo la tentación de preguntarle a alguien pero sólo me cruzo con gente. Algunos van en mi dirección pero no compartimos velocidad y o los paso o me pasan.

Paro en una gasolinera para repostar contaminante. A partir de aquí no me hace falta mirar las señales. Conozco la ruta y si todos los indicadores estuvieran escritos en japonés no me importaría.

La ausencia de magia se repite y la noche avanza. Parece que todo le sale mal, una chapuza. Juraría haber visto la luna a las tres de la tarde. Qué pena.

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